Cuando mi madre me recomendó que me leyera La conjura de los necios no sabía que estaba ante una novela que me impresionaría tanto. No es épica, el protagonista no me cae bien, y los hechos que ocurren son disparatados en ocasiones, y patéticos en otras, pero descubrí muy pronto que no podía dejar de leerla hasta el final, porque me recordaba (salvando las distancias) a las actitudes de algunas personas que he conocido.
Cuando John Kennedy Toole la escribió, en 1962, era un joven con una ilusión: convertirse en un escritor de éxito, y trató de conseguir que alguna editorial publicara La conjura de los necios. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, y muy desanimado, se quitó la vida.
John Kennedy Toole
Hasta ahí el manuscrito de La conjura de los necios había circulado de una editorial a otra, y durante unos años se quedó guardado, hasta que la madre de John Kennedy Toole lo encontró y se empeñó en hacer realidad el sueño de su hijo. Y lo consiguió, tras muchos esfuerzos. Se lo dio a leer al autor Walter Percy, y aunque él en un principio no sabía qué creer, terminó entusiasmado con la novela, y se publicó.
El éxito de La conjura de los necios llegó con un premio Pulitzer.
La forma en que está escrita combina la tercera persona, en la que un narrador cuenta las ocurrencias y vivencias de un ser inclasificable, llamado Ignatius Reilly, que es un hombre inadaptado, que vive con su anciana madre, y que se empeña en ver el mundo de una forma anacrónica, con la primera persona, que el autor utilizó en los momentos en los que el protagonista escribe incansablemente en sus cuadernos sobre una sociedad que considera enferma y llena de lacras, como el hecho de tener que trabajar.
Además, la novela está llena de personajes, a cuál más inclasificable, que se van cruzando en el camino de Ignatius Reilly. Y aquí es donde cuando estaba leyéndola me parecía reconocer a algunas personas.
Existe la posibilidad de que en la novela, el autor dejara muchas vivencias personales, y que le sirviera, en ese momento para desahogarse de las frustraciones propias. Qué lástima que al final no pudiera ver el éxito que supuso la publicación y que nos perdiéramos los libros que hubiera podido escribir.
Muy recomendable
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